miércoles, 14 de junio de 2006

Y que no digan que estaba soñando

Fue un fin de semana largo, poco sueño y muchas cosas en la cabeza. El frío fue una constante que se dejo caer durante todos estos días y ahora acostado en mi cama, control remoto en mano, aun no se aleja. La pesadumbre del cansancio arremete sobre mis ojos pero estos como en mil y una noches de batalla se rehúsan a caer tan pronto, algo habrá que ver, alguna noticia, documental o estreno.

Son las doce con dos minutos de la madrugada del martes trece y ya hace un rato que siento un hormigueo en el cuerpo que me recorre de la espalda hasta el pecho, pero no por fuera si no por entre las vísceras. No le presto curiosidad, es el frío digo yo. Pasan los minutos y esta sensación extraña no me deja, me acompaña largo rato como queriendo tomar protagonismo. Cuando el reloj de péndulo indica con una solitaria campanada que la medianoche con treinta minutos ha llegado, ojos y pestañas levantan la bandera de resignación ante la somnolencia del helado aire me rodea y la pesadez de un prolongado fin de semana.

Alzo el control y apunto hacia el televisor como si esto fuera necesario. Este se apaga y sólo se escuchan los ruidos que hace la estática sobre el aire. No me digan que no los han escuchado. Voy a dormir.

Me giro levemente hacia mi derecha como es mi costumbre, acomodo mi almohada, la cabeceo repetidas veces de manera que tome la forma perfecta que permita mi reposo y repito un ritual de movimientos que si me pidieran enumerarlos todos, no podría. Es que cada uno tiene sus artimañas para quedarse dormido. En fin, logro esa postura ideal y quedo rendido a lo que los sueños me deparen.

Miedo

A no mucho de haber cerrado mis ojos, me reincorporo, pero no se si estos están abiertos, no puedo recordarlo. En la noche tan oscura, no distingo si lo que veo son las sombras de la confusión o simplemente la oscuridad de mis ojos cerrados. De algo si estoy seguro y es que de una alucinación o pesadilla no se trata. Tengo al menos cuatro de mis sentidos funcionando y concientemente reparo en cada uno de ellos. Como le explicarían a alguien lo que se siente no poder mover músculo alguno. Creo que en mi caso seria como si en un recipiente gigante fuera introducido y después sellado al vacío conmigo en su interior.

¿Cuan fuerte tiene que ser el miedo de alguien como para que lo único que escuche sea el latido de su corazón?

Pasan tres, siete, nueve, creo que llegan hasta los once segundos y esa pesadumbre horrorosa desaparece, con ella vuelvo a tragar saliva e inhalo aire como si hubiese vuelto a nacer y mis pulmones por primera vez entraran en contacto con esa combinación de gases que llamamos aire. Me vuelco rápidamente, por primera vez en ese diminuto pero poco agradable lapso de tiempo, advierto la abertura de mis ojos y contemplo como las sombras se diluyen precipitadamente y emergen las formas.

Me pregunto: ¿Qué mierda pasó?

Esta pregunta se repite durante casi tres horas con mis ojos clavados en el techo y librando una batalla contra el tirano llamado agotamiento y su ejercito montado de lo desconocido. Mis aliados eran las legiones del miedo y las tropas de incredulidad.

Recuerdo durante ese periodo que no era la primera vez que me acaecía algo parecido, pero que en aquella ocasión no fue tan brusco el incidente. Esa misma sensación de inmovilidad transitoria ya me había enfrascado una vez logrando tranquilizarme mucho más pronto que en el relato que ahora cuento.

Los ruidos de la calle también aparecen y oigo como alguien corre raudamente por la avenida, algunos perros ladran y otras maderas crujen. Finalmente esta mezcolanza de ruidos se transforma en un suave arrullo de cuna que rinde a sus pies a cuanto ejército tenga enfrente.

Luego, bueno luego, lo que sigue son solo sueños.

1 comentario:

buuu (valeritagg) dijo...

Yo me habría dormido al instante...para no despertar más (de cansancio)

Arriba el ánimo y nos estamos leyendo.

Saludos